Tu mente tiende a encasillar a las personas en estereotipos. Vamos a hackear tu mente para hacer algo positivo, para construir mejores interacciones en la organización en la que trabajas.
¡Dale, admitilo! Te encanta encasillar a las personas y rotularlas.
Reconocé que con frecuencia -sino casi siempre- marcás a las personas en categorías.
¿Sabés por qué muchos no quieren aceptarlo? Porque lo ven como una confesión. Y, claramente, las confesiones están asociadas con haber hecho algo <<malo>>. Me hace gracia cuán socialmente condenable es hablar de algunas conductas que en realidad hacemos todos.
Que lo hagamos todos (y con frecuencia) no convierte a algo en bueno o deseable, obvio. No estoy cayendo en esa falacia. Pero, ¿qué tal si te dijera que encasillar a las personas tiene aspectos que no necesariamente constituyen algo <<malo>>? Esto te alivia un poco, ¿verdad?
Seguime en los próximos párrafos para que pueda explicártelo. No todo puede explicarse en dos líneas, maldita sea el Twitter que convence a la gente de eso.
Primero, imagínate que si la medicina no pudiera identificar determinadas categorías de patologías, no podría intervenirlas. Rotular a las personas como “obesas” o “alcohólicas” no es ofenderlas, sino establecer un estereotipo que luego responde a ciertos tratamientos, fármacos y recomendaciones particulares para el cambio de hábitos.
Segundo, comprenderás que la macana está en aprovechar rótulos para intentar lastimar u ofender a alguien. Especialmente rótulos que categorizan condiciones o patologías (tanto visibles como no). Sin dudas es objetable que digas: “Ese jefe es el típico borracho desalmado” o “esta empleaducha es una histérica de manual”. Que yo mismo no te agarre diciendo eso.
Descartemos entonces las categorizaciones científicas y también las que buscan deliberadamente el desprecio y la descalificación. Porque cae de maduro que el dilema moral no radica en ninguno de esos terrenos tan evidentes.
👉 Lo interesante a revisar, entonces, es: qué pasa con los rótulos que inventamos cuando nos referimos, incluso sin la intención de ofender, a atributos intangibles, de la personalidad. Rótulos que creamos improvisadamente sin mucha reflexión y sin que haya tooooodo un argumento clínico, científico o técnico detrás.
¿Por ejemplo? Cuando en tu mente emerge espontáneamente un estereotipo si te digo “encargado de edificio”, “abuela” o “millenial”. Lo que pasa es que construís estos rótulos, categorías y clasificaciones naturalmente.
⚠️ Este tipo de encasillamientos son un fenómeno automático de la mente humana. Te diría que son un instinto cognitivo.
Es decir, una tendencia natural (instinto) según la cual tu cerebro procesa la información (cognitivo).
Así, le resulta eficiente a tu cerebro tomar decisiones y agilizar el entendimiento de la realidad.
¿Por qué se condena, entonces, clasificar a las personas? Porque “no debería pasar”. Claro está que del “no debería” al “es” siempre hay un gran trecho. El mandato de que no deberían encasillarse a las personas en estereotipos por supuesto que emana de una iniciativa sana, de un espíritu de buena convivencia. Y por eso existe, como tantos otros mandatos, que señalan lo que no nos conviene hacer, aunque lo hagamos. De hecho, encasillar a las personas conviene incluso menos aún en el rubro laboral… porque -entre muchas otras razones- no permite ver la individualidad de cada uno de nosotros dentro de la organización. No es muy profesional que digamos meter a varios compañeritos de oficina en la misma bolsa. (Por allá están los “gerentes dinosaurios”, por allí los “jóvenes profesionales que se cuecen al primer hervor”, y así seguimos…) Pero, pero, pero… es algo que todos tendemos mentalmente a hacer.
Tenemos que partir por admitir la realidad si queremos genuinamente modificarla.
Recién después de admitida, ahora sí: moderemos cualquier impulso condenatorio de encasillar a las personas y encontrarles un formato, no caben dudas. De eso se trata regular nuestros instintos humanos. Incluso los instintos cognitivos.
En rubros no laborales, por ejemplo en el edificio en que vivís, seguro que te suenan: el vecino metiche, la vecina que se pelea siempre con el encargado, el vecino que no para de hablarte en el ascensor, la vecina que tiene el perrito infumable, y así podemos seguir. A medida que voy relatándote este tipo de perfiles, seguro que tu mente dice <<¡sí, es verdad!>>, y en seguida te remite a experiencias propias. Y a experiencias en la vecindad del Chavo del Ocho.
Si esto te causa un poco de humor, pensá que los comediantes y los que hacen stand up construyen actos enteros (e incluso carreras completas) alrededor de estereotipos que te resultan graciosos -u ofensivos, depende de dónde quedes parado en la construcción del chiste.
Tenemos que administrar lo mejor posible semejante forma de catalogar a los demás. Cuando algo es tan espontáneo e inherente a la naturaleza humana, en vez de aspirar utópicamente a suprimirlo, más vale moderarlo y hacer algo bueno con ello.
✔️ Entonces… ¿cómo podemos hacer algo bueno con este sesgo clasificatorio?
1) No dejemos que el estereotipo sea tan espontáneo… verifiquémoslo buscando evidencias
Esto sería como llevar el pensamiento científico a nuestra forma cotidiana y no tan reflexiva de vivir. No porque una gerente un día haya tenido un exabrupto significa que sea “una explosiva”. No porque un joven profesional una vez haya incumplido en una entrega lo hace “un inoperante”. ¿Hay más ejemplos? ¿Qué más sucede día a día? ¿Qué otras cosas se integran en su conducta a medida que pasa el tiempo? Hacete preguntas como éstas antes de formar el monstruo cliché.
2) En vez de clasificar para condenar y despreciar, categoricemos para resolver y contribuir.
Usemos cualquier estereotipo para ayudar a los demás a cambiar cosas que no les funcionan. Y, por supuesto, podrás reconocer esos patrones en vos mismo e intervenirte. Esto último es lo más difícil, ya que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, ¿no?
Y acá viene, tal vez, lo más importante:
3) En vez de clasificar personas, clasifiquemos patrones de comportamiento.
Usemos nuestra tendencia a encasillar para reconocer patrones de comportamiento, tendencias de personalidad y estilos de reacción. Así, en vez de dejar que nuestra mente funcione sola de manera condenatoria, la conducimos con una herramienta que nos ayude a entender qué está pasando y con quiénes nos relacionamos. Con eso, podremos lograr mejor nuestros objetivos, como cuando usamos el <<Buyer Persona>>.
El Buyer Persona es una herramienta muy sencilla que busca identificar tres o cuatro estereotipos de cliente comprador y asignarles un personaje muy icónico a cada uno. Luego reconocemos atributos de personalidad inherentes a cada personaje, como su propensión al riesgo o sus preferencias de consumo, y de esa manera… ¡voilá! Tenemos un mapa simple para que todos en la organización nos inclinemos mejor a desarrollar productos, canales de atención y soluciones que a nuestros clientes les sirvan más y a nosotros también.
Este ejemplo tan simple ya es un clásico en la forma de trabajar de empresas ágiles y modernas. Si nunca lo usaste, deberías intentarlo y vas a ver cómo te cambia el abordaje de negocio. Obedece a las premisas 1, 2 y 3 de arriba y muestra cuándo sí sirve clasificar personas.
Pero no es de negocios ni ventas ni relaciones con los clientes que yo estoy queriendo profundizar acá. Eso ya lo hice en libros míos dedicados al comportamiento del consumidor, o bien a la innovación (respectivamente, en El Cerebro del Consumo y en El Genio que Llevamos Dentro). Ahora estoy queriendo profundizar en trabajar mejor. Por eso, vamos a ver estereotipos de patrones de comportamiento dentro del ámbito organizacional.
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