¿El jardín del vecino siempre es más florido? No. Lo que pasa en tu organización obedece a formatos universales. ¿Cuáles son? Empecemos por tener cuidado con el lenguaje que usamos y separar nuestro discurso de nuestra emocionalidad.
- ¿Sabés lo que pasa? – me dijo Ale frunciendo el ceño, mientras acercaba su torso a la mesa grande de reuniones en la que estábamos sentados. Había pasado de una postura corporal relativamente distendida, lo que podríamos llamar “canchera” (espalda reclinada hacia atrás en la silla de oficina, brazos atrás de la cabeza, manos con los dedos entrecruzados en la nuca), a una postura de involucramiento máximo. Y no lo hizo de manera consciente: su lenguaje corporal se manifestaba de manera espontánea. Apoyó los antebrazos sobre la mesa y descargó el peso de su torso en ellos. No había forma de que estuviera más cerca de mí, sentado frente a frente como estábamos en la gran mesa de madera lustrada. – Lo que pasa es que acá siempre pasa lo mismo.
Me lo esperaba. Me esperaba que dijera eso.
En todos mis años de trabajo afuera de las empresas, ayudándolas y asistiéndolas, yo había adoptado una perspectiva afortunada. Claro, yo mismo aún no tenía antes esa perspectiva cuando había pertenecido a las organizaciones en relación de dependencia hacía muchos años.
Yo era como Ale, que ahora cree que en su lugar de trabajo tiene problemas insalvables, recurrentes, densos y demasiado únicos; y que si se va a trabajar a otro lado las cosas serán maravillosamente distintas. Frescas y fluidas.
Más que creer, yo en aquel momento había estado convencido de ello. Al igual que Ale ahora.
⚠️ ¿Cómo explicarle que era absolutamente humano caer en la trampa del razonamiento que el jardín del vecino siempre es más florido? Así como los psicólogos y neurocientíficos reconocen reacciones universales en las personas y procesos cerebrales comunes en todos nosotros, ¡claro que los hay particularmente en ámbito de nuestro comportamiento organizacional! De hecho, organizarnos con objetivos comunes es, sencillamente, algo típico de nuestra especie humana. ¿Cómo explicárselo rápido y fácil?
- Ale… - empecé mi respuesta… Su lenguaje corporal seguía súper comprometido en nuestra conversación. Bien inclinado hacia adelante, hacia mí, dentro de lo que estábamos dialogando, dentro de la atmósfera de complicidad que habíamos alcanzado. Como si fuera un “cono del silencio” del Superagente 86, pero intangible, construido de a dos gracias a nuestra dinámica de interacción. Su postura me recordó que el grado de compromiso que tenemos sobre ciertos temas es absolutamente independiente a la veracidad de esos temas. Todos podemos estar hiper involucrados y darnos por completo a paradigmas que en realidad son absolutamente errados. - ¿A qué te referís con que “acá siempre pasa lo mismo”? ¿No te parece que es demasiado genérica esa frase?
- Quiero decir que acá nadie te da pelota, Fede. Que todo funciona mal, que nunca se respetan los compromisos. Uno se rompe el culo laburando, quiere que todo salga bien, y al de al lado le chupa un huevo. Le resbala. Sólo le importa lo suyo. El problema es que no hay confianza. Tampoco hay comunicación.
<<OMG>>, pensé. Esto es demasiado. La cantidad de afirmaciones a revisar que tenía ese párrafo se encadenaban y anidaban de manera que el embrollo era muy grande. Una muñeca rusa de afirmaciones complicadas. Cada una de ellas requería ser desmenuzada y abordada, porque encerraba un contenido emocional tremendo pero asimismo una distorsión total de la realidad.
- Ale, ¿no creés que si las cosas fueran así como decís… – y me encargue de repetir sus palabras - … la organización no llegaría a sus objetivos, no ganaría nada de dinero, no administraría sus recursos ni de forma eficaz ni de ninguna forma? ¡Sería un caos! ¡Como una pelea de barras en la cancha! – Las analogías funcionan para ilustrar y transmitir imágenes elocuentes y convincentes. Así que Ale se quedó carburando mentalmente.
- Además, – continué- el simple hecho de que yo esté acá, hablando con vos, significa que alguien en esta organización, por lo menos alguien (y en una posición de ejecutar decisiones y presupuesto) está gastando dinero, invirtiéndolo, mejor dicho, en mí como herramienta.
Le recordé mi rol de “consultor” (como odio esa denominación, por favor, pero bueno, eso es para aclarar en otro momento), convocado específicamente para poder encontrar la forma de transformar ciertas situaciones y personas, para impulsar cambios, mejorar el clima laboral, contribuir a una nueva cultura organizacional, promover trabajo en equipo y liderazgo, e incluso para realizar otras cosas más como capacitaciones, gestión del talento, y hasta innovación e integración con la tecnología.
- Así que si alguien gasta, invierte, en vos, en la gente que te rodea, en soluciones -continué-, resulta otra evidencia más (y podría decirte muchas) de que no es verdad que todo funciona mal y que a nadie le importe el bienestar, los objetivos, la comunicación o la integración.
⚙️ Ale parecía estar recapacitando. Casi que se escuchaba cómo en su cabeza le caían las fichas. Es que resulta muy importante reconocer nuestra frustración cuando estamos trabajando en una organización. ¿Por qué negarlo? Hay ocasiones de mucha frustración, sí, claro que las hay. Incluso enojo, o desgano… sentir que luchamos contra molinos de viento. Pero la clave es reconocer esas emociones, y que cuando hacemos ese tipo de catarsis, como la que estaba haciendo Ale, lo que hablan son ese tipo de sentimientos. Y nos llevan a hacer afirmaciones que son falsas. Generalizamos, distorsionamos la realidad, condenamos con nuestras palabras a otros, al contexto, a todos los acontecimientos pasados y futuros.
Insisto, por eso es importante reconocer la emocionalidad (para luego hacer algo con ella). Pero tratarla de manera independiente a nuestro discurso. Ir de a poco y no caer en la tromba de la queja brutal, propagada, contagiosa y eternizada. Porque en nuestro discurso, el lenguaje crea realidades. Las crea en nuestra propia mente y en la mente de los demás.
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